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NI VIOLENCIA PATRIARCAL, NI OPRESIÓN COLONIAL. LAS TRABAJADORAS CON LA RESISTENCIA PALESTINA.



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ISRAEL EMBARRANCA EN GAZA

Layla Nassar, 10 de septiembre de 2014




El último ataque israelí sobre la franja de Gaza dejó, después de 51 días de bombardeos, más de 2.100 palestinos muertos (más de medio millar de ellos eran niños) a los que se suman cada día algunos de los 10.300 heridos. La franja ha quedado arrasada: 30.000 viviendas destruidas parcialmente, hospitales, mezquitas, escuelas fábricas y talleres reducidas a escombros. Pero aún empleando a fondo su enorme maquinaria de guerra, el estado sionista no consiguió aplastar la resistencia palestina: tras lanzar sobre este pequeño territorio costero que apenas supera la mitad de la superficie de la ciudad de Madrid 20.000 toneladas de explosivos, el gobierno de Benjamin Netanyahu no alcanzó ninguno de los objetivos políticos y militares que había declarado.

La ofensiva (el último episodio de barbarie sionista en la franja, después de los ataques de 2006, 2008- 2009 y 20012) se desencadenó el 13 de junio, después de que se hallaran los cuerpos de tres adolescentes colonos secuestrados en Cisjordania, una acción que el gobierno israelí atribuyó a Hamás, aunque el movimiento de resistencia islámico lo niega. El ejército israelí reconoció que sabía que los jóvenes estaban muertos desde el primer día pero durante semanas utilizó el caso como pretexto para una operación policial a gran escala en la que detuvo a más de 530 palestinos, incluídos los líderes de Hamás en Cisjordania, y el presidente del Parlamento. La Autoridad Palestina presidida por Mahmud Abas-que en mayo había acordado un gobierno de unidad con Hamásse puso al servicio de Israel y reprimió las protestas. Netahyau utilizó el asesinato de los jóvenes como pretexto para desencadenar el ataque en Gaza.

El objetivo era neutralizar la resistencia armada. Pero en lugar de sucumbir a la fuerza militar y provocar con el asesinato deliberado de civiles una reacción popular contra los combatientes, la invasión terrestre se saldó con 64 soldados israelíes muertos. Las tropas se retiraron y siguieron los bombardeos sistemáticos e indiscriminados sobre los 1,8 millones de palestinos que se hacinan en la franja.

Netanyahu constató que liquidar a la resistencia suponía un coste inasumible para los israelíes: no hubo grandes protestas en Tel Aviv, pero sí miedo a los coetes palestinos y desconfianza en un ejército que ya no parecía todopoderoso.

Como resumía un Amir Oren, editorialista del periódico israelí Haaretz, «Netanyahu y sus colegas metieron a Israel en un conflicto entre el ejército más fuerte de la región y una organización de 10.000 combatientes que no es una simple derrota, es una ruina».

La imagen internacional de Israel se ha llevado un nuevo varapalo, con movilizaciones en solidaridad con Palestina en todo el mundo, y el simbólico manifiesto de 327 supervivientes del Holocausto y sus hijos contra el ataque sionista.

La aplastante superioridad militar israelí -con todo su desarrollo tecnológico que ha vuelto a utilizar Gaza como campo de experimentaciónno le lleva a la victoria en esta guerra desigual. Como en todas las luchas anticoloniales, los ocupados tienen menos a perder que los ocupantes y su resistencia es mayor.

La gente de Gaza estaba dispuesta a pagar un alto precio para acabar con el bloqueo que les asfixia desde hace 7 años. A diferencia de la ofensiva israelí de 2009, hubo grandes movilizaciones en Cisjordania para denunciar al agresión.

Netanyahu acabó firmando un alto el fuego permanente el 26 de agosto, sin consultarlo con sus socios de gobierno de la ultraderecha, que denunciaron el acuerdo. Israel se comprometió a abrir los pasos fronterizos y permitir la entrada de materiales para la reconstrucción, ampliar la zona autorizada para la pesca y levantar la valla en la que se prohibe entrar a los campesinos de Gaza. Tras un mes de alto el fuego se discutirá la desmilitarización de Gaza, que demanda Israel, y la construcción del puerto y el aeropuerto, que pide la delegación palestina. Pero a pesar de que Hamás quiso vender el acuerdo como una gran victoria, hay también lados oscuros para los palestinos. El paso de Rafah, en la frontera con Egipto, queda en manos de la Autoridad Palestina, es decir bajo control de los aliados más fiables de Israel: el Egipto del mariscal Al-Sisi y Abu Mazen. Además Israel ha violado casi todos los acuerdos, desde los pactos de Oslo a los de 2012 tras la última ofensiva en Gaza, cuando también se pactó aliviar parcialmente el bloqueo.

Según nos cuentan compañeros sindicalistas de Gaza, la situación de los trabajadores es desesperada: no hay signos reales de la apertura de Rahay y la destrucción del mísero tejido fabril ha duplicado el paro, que ya superaba el 40% antes de la ofensiva.

Pocos días tardó Netanyahu en recordar que su objetivo a largo plazo no es reconquistar Gaza, que Ariel Sharon «desconectó» en 2005, sino mantener a los gazatíes dentro de la mayor cárcel del mundo y continuar la colonización de Cisjordania para encerrar a los palestinos en bantustanes a la imagen de la Sudáfrica del Apartheid.

A principios de septiembre anunció la anexión de otras 400 hectáreas en Cisjordania para construir nuevas colonias, lo que desató una nueva ola de protestas.

El acuerdo da alas a Hamás, en horas bajas por su aislamiento después del golpe en Egipto, que derrocó al gobierno de los Hermanos Musulmanes, según publicó en julio The Washington Post citando fuentes de la Casa Blanca, Al-Sisi pactó con Israel liquidar a Hamás (como hizo con los Hermanos Musulmanes en Egipto) a cambio del apoyo de Netanyahu para que Obama mantuviera íntegra la ayuda militar a Egipto tras el golpe.

Antes del ataque Hamás se enfrentaba también al malestar de la población palestina por su gestión del gobierno de Gaza. Por eso aceptó el gobierno de unidad palestino. La unidad fue celebrada como un gran avance por las masas palestinas, pero pronto se constató que ésta no sirvió para romper la línea colaboracionista de la Autoridad Palestina, sino para apuntalar en el poder al cadáver político de Abbas, que aparece ante su pueblo como el jefe de un aparato represivo al servicio de Israel. Como apunta el activista israelí contra la ocupación Sergio Yahni, «la única autoridad que mantiene el presidente palestino es haber sido parte de los mediadores en El Cairo. No es de esperar que la población palestina esté dispuesta a canjear lo que se consiguió con tanto sacrificio en el campo de batalla por un plato de lentejas». La pregunta es ahora qué hará Hamás con su victoria: reforzar la resistencia o sumarse al orden criminal de Oslo.

Por el fin total e incondicional del bloqueo de Gaza.

En defensa del derecho a la resistencia del pueblo palestino.

No hay paz posible con Israel: por la disolución de la Autoridad Palestina y el fin de la farsa de los dos Estados.

Por una Palestina única, laica y no racista sobre todo su territorio histórico.

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