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Incremento de los precios de los alimentos

El negocio del hambre

Anna Morelló, 6 de noviembre de 2011




En los últimos años, el
precio de los alimentos
experimenta una subida
continua que los «expertos»
intentan justificar de muy
diversas maneras según el
momento, y siempre buscando
causas externas a los
sistemas financieros y especulativos.
Nos hablan de la
sequía, del cambio climático,
del descenso en las cosechas
de uno de los principales
países productores, de los
conflictos armados...
Esta situación incrementa
aun más las desigualdades
entre los sectores de población
que siguen disponiendo
de recursos para poder
acceder a ellos –aunque el
porcentaje de ingresos que
deben destinar a la alimentación
repercuta en sus
economías- y aquello a los
que esta situación les lleva a
padecer hambre crónica.

Las fuentes oficiales nos ofrecen
cifras como estas: 1.500
millones de personas tienen
sobrepeso en el mundo y 925
millones padecen hambre crónica.
Dicho de otro modo, un
15% de la población mundial se
acuesta con hambre y el 27%
de la población estadounidense
es obesa. Una realidad que
muchos medios de comunicación
corrobora con imágenes
como las que reproducimos.
Imágenes que vienen acompañadas
de información y campañas
de solidaridad que buscan
que los ciudadanos de a pie de
los países más desarrollados nos
sintamos culpables de la situación
que viven nuestros compañeros
de lucha en muchos países
de África, América Latina, ...

Además, en estos momentos,
la situación de crisis económica
que atraviesan las economías
más desarrolladas, con
un incremento muy importante
del paro, acompañada por un
incremento constante de la
cesta de la compra, lleva a que las desigualdades de acceso a una
buena alimentación se den cada día
más en nuestra propia casa.
Hablar de buena alimentación no
es sinónimo de comer mucho y,
como consecuencia, sufrir diferentes
grados de obesidad. Hay que
tener presente que un porcentaje
importante de obesos en estados
unidos se dan entre la población con
menos recursos económicos. Esto
puede parecer una contradicción,
pero es debido a que los alimentos
más económicos son aquellos más
ricos en grasas animales e hidratos
de carbono, productos manufacturados
de bajo contenido en proteínas
y ricos en grasas, y sobre todo
pobres en verduras y fruta que por
ser más escasos tienen un precio
demasiado elevado.

La alimentación es la función básica
para la supervivencia de cualquier
persona. Frente a este hecho,
la gente de la calle se pregunta cuál
es la verdadera razón que nos lleva
a esta situación de encarecimiento
y desigualdad. Y cómo es que las
autoridades a nivel mundial permiten
que se den. ¿Cómo no es posible
un mejor reparto de los alimentos
básicos y el control de su precio?
Pocas veces sale a la luz información
sobre el funcionamiento real de
los mecanismos financieros e industriales
que regulan y controlan el sec tor agroalimentario, y que son los responsables
de fijar los precios de los
alimentos tanto en origen como en
destino. Y menos aun hay una denuncia
clara y fuerte dirigida a los verdaderos
culpables de esta situación.
En este artículo no se pretende
realizar un análisis profundo, sino sólo
enumerar algunas de las causas de
la situación que atraviesa el sector
agroalimentario, del que somos el último
escalón en tanto que consumidores.

Los alimentos, de necesidad
básica a mercancía

Este cambio, importante por la repercusión
que ha tenido, tiene su origen
en la regla general impuesta por
la OMC (Organización Mundial del
Comercio) que a partir de 1994 transformó
los alimentos en meras mercancías
y no en una necesidad básica
para todos. Este cambio se
enmarca en una política económica
neoliberal que impone que los precios
de todas las mercancías (y servicios)
tienen que ser regulados por los mercados,
por la supuesta ley de la oferta
y la demanda. Este nuevo marco
normativo deja la vía libre a la entrada
de las grandes empresas
transnacionales y, con ellas, a la especulación.

La creación de grandes
empresas que controlan todo
el proceso agroalimentario

En las últimas décadas todo el sector
agroalimentario ha experimentado
un gran cambio con la aparición y
consolidación de las grandes multinacionales
que ejercen un control
oligopólico.

Aunque relacionadas entre sí y con
intereses compartidos, para poder
entender mejor su papel en todo el
proceso, podemos englobarlas en
cuatro sectores: las que se han convertido
en grandes productores con
la adquisición de grandes extensiones
de terreno para el cultivo, las que
controlan la fabricación de las nuevas
semillas y todos los compuestos
necesarios para su crecimiento, las
grandes compañías transformadoras,
y las compañías que controlan la
comercialización.

Desde el más pequeño productor
de cualquier parte del planeta hasta
el consumidor están sometidos a los
dictámenes de estas grandes corporaciones.
Por lo que son ellas y sus
intereses los que marcan los precios
que pagan a los productores y los
precios de mercado final que hemos
de pagar los consumidores.

El control de la producción

Estas corporaciones adquieren
grandes extensiones de tierras en
países pobres. Tierras que se destinan
al monocultivo para la exportación
ya sea de frutas o de cereales.

La repercusión es doble: las tierras
que adquieren son las más fértiles
que permitían la subsistencia de su
población, que ahora se ve privada
de ella y, además, obligada a abandonarlas
y a desplazarse a zonas de
gran dificultad para el cultivo y de
muy baja productividad, o a emigrar
a las grandes ciudades. En ambas
situaciones tenemos un incremento
de la población que ve cómo necesita
unos recursos económicos
para poder acceder a unos alimentos
que antes podía cultivar a la par
que ha desaparecido su capacidad
de tenerlos.

En algunas zonas, el control sobre
la producción se desarrolla de
manera indirecta mediante acuerdos
con los gobiernos que obligan a destinar
la producción agrícola a un
determinado monocultivo (cacao,
café, algodón) el precio del cual viene
regulado por el llamado «mercado
de futuros», y se ven obligados a
importar los alimentos de primera necesidad.
Cada vez más, el precio de
compra que marca el «mercado de
futuros» está por debajo o muy ajustado
al coste de producción

El control de las semillas

En las últimas décadas toda la investigación
sobre el incremento de la
producción de alimentos se basa en
la obtención de nuevas semillas
transgénicas o híbridas registradas
como propiedad privada de estas
compañías. La característica más
importante es su incapacidad de
autoreproducción, lo que obliga a los
campesinos a comprar año tras año de nuevo las semillas y todos los
insumos necesarios para que se desarrollen.

Esto crea una dependencia
total ya que no es posible, como
se hacía antes, guardar parte de la
cosecha para nueva siembra. Este
control por parte de las grandes corporaciones,
como las famosas
Monsanto o Novartis, llega a través
de acuerdos con los estados, de
manera que si algún agricultor intenta
utilizar semillas autóctonas y tradicionales
puede ser llevado a juicio y
tener que pagar a las grandes corporaciones.
La principal consecuencia
es un incremento importante en
los costes de producción que tiene
que asumir el agricultor.

Las grandes corporaciones
de manufacturación

En el sector de la producción de
alimentos manufacturados también
se ha dado una enorme concentración
en pocas grandes empresas.

Una realidad que en muchas
ocasiones parece escondida a
nuestra vista, ya que si vamos a un
supermercado se diría que tenemos
a nuestro alcance una gran variedad
de marcas, y eso nos puede
hacer pensar que detrás de ellas
tenemos una verdadera competencia
entre muchas empresas. Pero
si nos detenemos a comprobar qué
gran multinacional es realmente la
que lo produce nos encontramos
con que muchas marcas pertenecen
a una misma empresa. Ellas son
las que marcan los precios e incluso
a veces dan la «imagen» de
competir por los precios cuando alguna
de sus marcas hace una oferta
respeto a otra.

Control en la
comercialización y en el
precio de mercado

Cuatro compañías controlan la
comercialización de la mayoría de
los alimentos en el mundo. Tres de
estas compañías controlan aproximadamente
el 90 por ciento del comercio
mundial de grano. El 50%
de la producción mundial de cereales
se destina a la alimentación humana,
mientras que el 50% restante
se utiliza para la alimentación animal
y para producir agrocombustibles.

La producción agrícola de
agrocombustibles tiene sus precios
basados en el petróleo; debido al
elevado precio del etanol, suben todos
los productos agrícolas.
Ellos son los que marcan las reglas
del juego entre los productores
y los consumidores.

Los primeros ven cómo el precio
de su producción disminuye llegando
a ser menor que el propio coste
de producción. Los precios no se
fijan según el coste de producción,
sino a partir de los posibles precios
de mercado, y de los beneficios que
se puedan obtener. Esta situación
ahoga a los campesinos y pequeños
productores que se ven obligados
a vender su producción a
estas compañías. Los pocos beneficios
que obtienen en muchas ocasiones
no les permiten sobrevivir, y
se ven obligados a abandonar sus
pequeñas explotaciones y pasar a
engrosar la bolsa de trabajadores
en paro en las grandes ciudades.

La PAC (Política Agraria Común) en
la Unión Europea subvenciona a los
productores, lo que podría parecer
una manera de ayudarlos y consolidar
un sector primario. Pero es en realidad
una inyección de miles de millones
a las grandes compañías comercializa-
doras y a los intermediarios, ya
que pueden apretar más a los productores
con precios más bajos.

En el otro extremo de la cadena nos
encontramos los consumidores. El precio
que pagamos por los alimentos no
mantiene una relación directa con el
coste de producción. Son las grandes
empresas y los «mercados»
los que marcan estos. El
afán de obtener cada vez
mayores beneficios lleva a
que la diferencia entre el precio
que paga al productor y
el que se cobra al consumidor
se multiplique en ocasiones
por más de 10.

Esta situación llega al
máximo en los productos
frescos de temporada
que el productor no puede
guardar, cosa que la
empresa intermediaria
sabe y lo lleva a reventar
los precios. Uno puede preguntarse
como es que, por ejemplo, en la
tienda de nuestro barrio pagamos
el melón a casi 1 euro el kilo y quien
lo ha cultivado cobra 10 céntimos
del intermediario, siendo él quien soporta
todos los costes de la producción;
o porqué se tiene que destruir
una parte de la producción para
«mantener los precios» y no se destinan
estos alimentos a los sectores
de población que tienen grandes dificultades
para poder comer.

Especulación alimentaria.
Alimentos para invertir

Julian Orman, de World Development
Movement, organización que entre
otras cosas lucha contra la especulación
alimentaria, explica que
hace 10 años la especulación con
las materias primas alimentarias era
un terreno exclusivo de operadores
y productores. Un dato significativo,
desde hace cinco años, las inversiones
en productos alimentarios se
han disparado de forma alarmante
pasando de 35.000 millones a
300.000 mil millones de dólares.

La escalada de los precios del oro
y de la plata como refugio de capitales
sorprende, puesto que presentan
rentabilidades del 30% y del
160% en el último año. Pero el interés
de los inversores por las materias
primas se está abriendo hacia
otros campos. Revalorizaciones en
cereales básicos en la alimentación
de buena parte de la población mundial
como la del trigo, del 56% en
12 meses, y por encima del 100%
en el maíz, el café y el algodón comienzan
a llamar la atención de los
inversores.

Según ETF Securities, entidad
emisora de ETF(fondos cotizados) de
materias primas y divisas, los productos
referen-ciados al sector agrícola
experimentaron a nivel mundial el
mayor crecimiento en activos bajo
gestión, un incremento del 42% durante
el primer trimestre de este año,
los de ganadería fueron los segundos
con un aumento del 35%, seguidos
de los productos diversificados,
los materiales industriales y
por último los metales preciosos con
un incremento de sólo el 2%.
Otra cifra que prueba la inclinación
del mercado a favor de los activos
agrícolas es el hecho de que
los flujos netos fueron de 1.987 millones
de dólares para estos, frente
a 805 millones de dólares en los metales
preciosos.

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