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HOMENAJE A NIN

El estalinismo, nunca más

Josep Lluis del Alcazar, 2 de julio de 2013




El asesinato de Andreu Nin
no es el resultado de un
accidente, del drama de la
división entre partidarios de
la república y partidarios de
la revolución expresada a
los hechos de mayo del 38,
ni un hecho ignominioso
dentro de una historia con
cosas buenas y cosas
malas, ni el resultado de un
debate que se resolvió mal,
ni del exceso de intransigencia
o de sectarismo de
unos, como escuchamos en
las intervenciones de las
organizaciones que se
reclaman del PSUC (IC,
PCC, PSUC-viu), partido
responsable de la detención
de Andreu y la dirección del
POUM, junto con Esquerra
Republicana que no hizo la
más mínima autocrítica de
su complicidad.

El asesinato de Andreu Nin fue
el resultado de un plan premeditado
de destrucción física de
toda organización que se situara
a la izquierda del estalinismo y
no es subordinara a su política.
El plan estaba organizado directamente
desde el estado de la
ex-URSS y golpeaba a la izquierda
en varios lugares del planeta,
a menudo exigía la colaboración
de los PC del país. Recordemos
que, después de estos hechos
y del asesinato de Trotsky por
Mercader, un militante del
PSUC, el partido de Comorera
recibió el privilegio de ser el único
partido comunista no estatal
que tenía escaño propio en la
Internacional Comunista.
El estalinismo actuaba con crímenes
de estado, como terrorismo
blanco, que ejecutaba allá
donde habían significados dirigentes
de la izquierda. La principal
acusación era que eran
«trotskystas», que en el lenguaje
estalinista era sinónimo de organización
fascista. Esto era así
cuando el estalinismo tenía una
posición ultraizquierdista, donde exterla
misma socialdemocracia era «social
fascista» y en consecuencia,
quien establecía una política hacia
ellos era acusada de colaboración
con los fascistas. Después, con el
cambio a la política de Frente popular
contra el fascismo, pasó
a ser un fascista quién cuestionara
esta política, es decir,
quien negara el pacto no sólo
con la socialdemocracia, sino
con la supuesta burguesía democrática.

Según los intereses
del estalinismo, se pasa de acusar
a la socialdemocracia como
fascista a fusionarse con ella en
el PSUC, pero cualquiera que
cuestionara una de las dos políticas
era acusado de
contrarrevolucionario.
La presión estalinista no buscaba
sólo la destrucción física
de sus oponentes de izquierda,
sino también la destrucción
moral de las corrientes opositoras
o de quienes las podían
encabezar. La «confesión» que
uno era un agente
contrarrevolucionario o directamente
fascista, que a menudo
tampoco evitaba la ejecución, era
la forma de degradar y desactivar
la reacción contra las condenas. La
persona que había confesado, aunque
lo hiciera bajo torturas y presiones,
acababa destruida moralmente,
lo cual aseguraba el éxito completo
de la represión. Si además firmaba
implicando a otros, la cadena
represiva seguía, mientras que
conseguía que la traición y delación
generara más dudas en las organizaciones
revolucionarias.

Pero que nadie quedara tranquilo,
pues el terror también se extendía
sobre los verdugos de hoy, es
decir, entre los propios «camaradas
». La mayor parte de los agentes
de la NKVD (GPU) que actuaron
en el estado español y participaron
en la tortura y asesinato de
Andreu después serían ejecutados
en Moscú. Comorera, instigador del
odio contra el POUM, cayó en desgracia
y, tratado con total desprecio,
acabaría expulsado del PSUC

Los juicios de Moscú
en Barcelona.

El momento de plenitud del terror
estalinista fueron los años
treinta. «Fue eliminada la casi totalidad
de los viejos bolcheviques
y sus familias, la mayoría de los
miembros del Comité Central de
1917 a 1923, los tres secretarios
del partido entre 1919 y 1921, la
mayoría del Comité Ejecutivo entre
1919 y 1924, 108 miembros
de los 139 del Comité Central elegido
a 1934.»* En este periodo,
los juicios más significativos fueron
los tres Procesos de Moscú.

En juicios preparados, plenos de
falsificaciones, injurias, imágenes
trucadas... y bajo la dirección
política de Stalin y la ejecutiva del
fiscal Vichinsky, la vieja guardia
bolchevique fue humillada, destruida
moral y físicamente, acusada
de las peores calumnias.
Trotsky, que había sido expulsado
de la URSS, acabaría asesinado
en agosto de 1940 en México.

Miles de militantes de la oposición,
la corriente de izquierdas impulsada
por Trotsky, murieron en
Vorkuta y otros campos de exterlaminio stalinistas. Pero los asesinatos
persiguiendo «trotskystas» estuvieron
presentes en otros muchos
lugares fuera de la URSS, en
Barcelona, Francia, Vietnam...
Pocos aguantaron el terror de los
métodos del estalinismo y la
GPU/NKVD: destacados dirigentes
que habían aguantado
años de prisión y tortura bajo
el zarismo, cedían y acababan
firmando lo que fuera para acabar
el sufrimiento. Pero no se
trata sólo de un problema de
capacidad física de soportar el
sufrimiento, sino a menudo de
la fortaleza moral con que la
persona a suprimir llegaba a las
torturas. Detrás de Nin había
un partido que luchaba por una
revolución todavía viva (a pesar
de los hechos de mayo del
37), una lista de compañeras y
compañeros que dependían de
sus declaraciones... Detrás de
muchas declaraciones de importantes
dirigentes
bolcheviques hay un proceso
de degeneración de la revolución
y de aislamiento del partido.

Del mismo modo, el terror en la
retaguardia republicana
orquestado por el PSUC y con la
colaboración de ERC preparó una
Barcelona incapaz de resistir la
entrada de Franco en la ciudad.
La Barcelona revolucionaria capaz
de todo el sacrificio para parar el
fascismo, había sido derrotada
meses antes de que Franco entrara
por la Diagonal... y la ciudad
cayó sin más resistencia.

* Pierre Broué. Los procesos de
Moscú
. Editorial Anagrama, pág 45.

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