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Sindicalismo:

¿Se acaba el monopolio de CCOO y UGT?

Josep Lluis del Alcazar, 6 de mayo de 2018




La Huelga General del 3 de octubre en Catalunya, la del 8 de noviembre, movimiento en defensa de las pensiones, el 8 de marzo... en pocos meses ha habido movilizaciones masivas –incluidas huelgas generales- convocadas al margen de CCOO y UGT. El sindicalismo alternativo, organizado en plataformas amplias o la Marea Pensionista tomaban el protagonismo, rompiendo una dinámica de décadas en la cual si CCOO y UGT no convocaban no había movilizaciones de masas, especialmente si además había huelga. Una dinámica que ha empezado más en las calles que dentro de las empresas, pero que cuestiona la posición de casi monopolio que han tenido los dos grandes sindicatos en toda la transición. Que se generalice a las empresas en sólo cuestión de tiempo.

Esta realidad ha obligado a las direcciones de CCOO y UGT a maniobrar para no quedar marginadas. El 3 de octubre inventando movilizaciones de acuerdo con patronal y Gobierno catalán como el «Paro de país». Otras haciendo movilizaciones alternativas como en Madrid en el caso de las pensiones, notoriamente más pequeñas que las convocadas por la Marea Pensionista, que piden explícitamente la ruptura con el Pacto de Toledo que CCOO y UGT aceptaron. O generando la confusión como el 8 de marzo contra el movimiento unitario del sindicalismo alternativo y el movimiento feminista.

Este fenómeno en el campo sindical es paralelo al fin del bipartidismo en el campo político. Son elementos indiscutibles de la crisis de un régimen que si en política ha tenido los dos pilares esenciales en PP y PSOE con las muletas de la burguesía vasca (PNV) y catalana (CiU), en el movimiento sindical esta tarea ha estado de CCOO y UGT. Estos sindicatos, controlados por el PSOE y el PCE entonces, colaboraron decisivamente en la estabilización del régimen monárquico, imponiendo la desmovilización a la potente clase obrera que sacudía la transición y exigía la ruptura con el franquismo. La expresión de esta política y la gran traición al movimiento obrero fueron los Pactos de la Moncloa firmados en octubre del 77: por primera vez CCOO y UGT imponen la paz social y un retroceso importante a las demandas de la clase trabajadora.

De entonces a hoy los pactos a espaldas de los y las trabajadoras han sido una constante, pero a pesar de la crítica constante, no han dejado de mantener una posición inequívocamente mayoritaria en la representación sindical en las empresas del país. En el terreno político pasaba lo mismo, parecía imposible salir del bipartidismo. Ciertamente que ha habido rupturas con el sindicalismo burocrático, pero el paso de cantidad en calidad –que parece que hemos empezado- ha tardado más que el abandono del bipartidismo en la política.

Ha sido necesaria la combinación de esta política desmovilizadora, de pactismo permanente con Gobiernos y patronales, junto con el efecto de la crisis económica que ha reducido a mínimos las posibilidades de obtener migas en las mesas de negociación, y en el marco de una creciente crisis de régimen, lo que ha acabado de acelerar no sólo las crisis internas sino también que otros referentes sindicales hayan tenido un crecimiento. Hubiera sido importando que la lucha contra las direcciones burocráticas de CCOO y UGT se hiciera desde corrientes sindicales de oposición a las burocracias, pero esta posibilidad se ha dado en muy pocos casos, como el de la Corriente de Opinión Per un gir a l’esquerra de les comarques gironines en CCOO.

Cómo decíamos este fenómeno ha empezado ganando la calle antes que las empresas. Las rupturas no siempre han girado a la izquierda, desde el mismo aparato burocrático, ha habido significativos desgajamientos que han girado claramente a la derecha como la que ha acompañados el crecimiento de la USO en empresas del metal y la automoción, haciendo aún más indisolubles los intereses de la patronal y los del comité de empresa.

Sin un referente alternativo claro: Plataformas

Estamos en un proceso de recomposición sindical de la clase obrera. En este proceso de desgaste de las direcciones burocráticas de CCOO y UGT no ha nacido un nuevo referente claro e indiscutible. Quién partía en la mejor posición para serlo era la CGT, que podía recoger la tradición de la CNT histórica. Pero el sectarismo imperante en la dirección estatal de CGT y entre los sectores llamados internamente «negros», hacía imposible que gran parte de las rupturas de CCOO y UGT vieran a la CGT como un punto de encuentro, y, el resultado ha sido que gran parte de estas rupturas hayan ido a parar a nuevas formaciones sindicales, muchas veces de empresa. De forma que hay una enorme cantidad de nuevas siglas y una enorme dispersión de estas fuerzas sindicales que escapan al control de CCOO y UGT.

Una característica común de este nuevo sindicalismo y por oposición a CCOO y UGT, es el rechazo al control burocrático de las cúpulas sindicales, es decir, son formaciones mucho más asamblearias, que se alejan del sindicalismo de gestoría, que buscan una mayor combatividad ante la política conciliadora. Pero la enorme dispersión genera un problema añadido y es la capacidad muy limitada para dar respuestas globales. Esta situación ha permitido a CCOO y UGT seguir un tiempo más con el control de las convocatorias generales. Lo que hemos visto en el último tiempo ha sido que esta dispersión ha obligado a trabajar para construir plataformas. Las Marchas de la Dignidad son un ejemplo. A menudo no se limitan al sindicalismo de izquierdas, sino que también reúnen partidos políticos y movimientos sociales. En Catalunya la Plataforma del 3 octubre ha sido la primera capaz de convocar una gran huelga general sin contar con CCOO y UGT. Otro caso ha sido el 8 de marzo con el llamamiento del movimiento feminista al que CGT estatal dio la cobertura con la convocatoria de la huelga general. Después se sumaron otros sindicatos alternativos.

Desde Lucha Internacionalista siempre hemos creído que la dispersión sindical es un problema, tanto por las tendencias que genera como por la incapacidad de afrontar convocatorias generales. Mucho sindicalismo que se queda en una empresa, acaba en el corporativismo y abandona una perspectiva de clase, de transformación social. La otra característica de la dispersión es que facilita el sectarismo, las pugnas que ponen por delante los protagonismos entre siglas que las necesidades del movimiento de avanzar. Nos hace falta un sindicalismo de clase fuerte, compatible con los derechos de minorías en su interior, basado en la democracia obrera, combativo, con capacidad de convocatorias generales. Las plataformas pueden ser útiles y del todo necesarias en estos momentos, pero hará falta avanzar más allá en un proceso de concentración de fuerzas y fusiones.

11/04/2018

Josep Lluís del Alcázar

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