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Caída del muro de Berlín - I I

Josep Lluis del Alcazar, 5 de marzo de 2010




Este artículo completa el
suplemento publicado en LI
100, a propósito del 20 aniversario
de la caída del Muro de
Berlín (http://luchainternacionalista.org/IMG/pdf/Supl_100cas-muro-1109.pdf)

La caída del Muro hunde el
orden de Yalta y Potsdam.

Decíamos en el suplemento que
la división de Alemania –junto a la
contención de los procesos revolucionarios
en curso- fue la clave de
bóveda de los acuerdos de reparto
de Europa entre las potencias vencedoras.
Con esos acuerdos y a
pesar de que entre la burocracia
estalinista y el imperialismo hubo tensiones,
a veces a punto de desembocar
en conflictos armados (como
la crisis de los misiles en Cuba), la
relación esencial entre la burocracia
estalinista y el imperialismo no
era la «guerra fría», sino la llamada
«coexistencia pacífica».

La expresión «coexistencia pacífica
» con el imperialismo fue acuñada
por Kruschev cuando accedió al
poder tras la muerte de Stalin en
1953. Con ese término, la burocracia
del Kremlin explicaba que había
que mantener una política de no
agresión hacia el imperialismo, con
las concesiones necesarias, para
concentrarse en el desarrollo productivo
de la URSS. Este era el camino
para superar el capitalismo. Así
pues la «coexistencia pacífica» era
la otra cara de la moneda del «socialismo
en un solo país», que había
sido la política de Stalin. Ejemplo de
ello fueron la disolución de la III Internacional,
dictada el 15 de mayo
de 1943 sin congreso alguno que la
ratificara, o los pactos de Yalta y
Potsdam. Frente a esa política, el
trotskismo demostró la imposibilidad
de alcanzar el desarrollo del socialismo
avanzando en un solo país y
defendió la necesidad de potenciar
el internacionalismo de clase, en un
combate permanente con el imperialismo.
La imagen de enfrentamiento permanente -al borde de la guerra- fue
un instrumento muy útil para ambos
sectores en muchos sentidos:

1) para aplicar una política de persecución
interna ante un supuesto
enemigo exterior que busca la destrucción
del régimen. Son conocidos
los enormes crímenes al acabar
la II Guerra Mundial no sólo sobre
disidentes y sobre pueblos enteros
obligados a abandonar su territorio,
pero también lo fue en
EE.UU., en el mismo periodo, la
caza de brujas de dirigida por el senador
Joseph McCarthy en la que
se golpeó a toda la izquierda, sospechosa
de ser agente soviético o
simpatizante del comunismo;

2)
para extender un reparto de mundo
a imagen y semejanza de Europa
en zonas de influencia, fuera de
las cuales sería inconcebible situar
un estado. El realineamiento de todo
proceso político en el marco de uno
u otro bloque permitió un control y
una presión conjunta sobre procesos
revolucionarios, como ocurrió
para cerrar la etapa de revoluciones
abierta en Europa por la guerra,
o en la traición a numerosos procesos
como la revolución española
del 36. Este reparto de funciones
no impedía la disputa del control
sobre terceros países por parte de
la burocracia y el imperialismo,
como disputas de mercados de armamento.

La caída del muro en el 89, que
arrastró el hundimiento de los regímenes
estalinistas, acabó con esta
forma de reparto de funciones entre
imperialismo y burocracia para
controlar mejor el mundo. Los nuevos
procesos se iban a enfrentar a
un mundo con un «solo poder», el
imperialista y, curiosamente, en lugar
de ir a más estabilidad se entró
en un periodo de «menos estabilidad
política» de los gobiernos y estados.
La resistencia de las masas
no iban a tener el referente del bloque
burocrático, su fuerza como
única alternativa real y con una burocracia
con una enorme fuente de
poder y dinero. Esto, por sí solo, no
resuelve la formación de nuevas direcciones
revolucionarias, pero acabar
con el corsé estalinista fue soltar
lastre, algo imprescindible para
recomponer y reconstruir el movimiento
obrero. Mientras esa dirección
revolucionaria no se pueda reconstruir,
otras formas de populismo
y demagogia, corrientes nacionalistas
o religiosas, vendrán a ocupar
la dirección de la resistencia de
masas.

La importancia de la unidad
de la clase obrera alemana

La reunificación alemana no sólo
supuso redefinir una nueva Europa
y un cambio de relaciones entre
Francia y Alemania, sino que posibilitó
la reconstrucción de la clase
obrera alemana. Muchos son los
que hoy cuestionan el papel de la
clase obrera en una futura revolución
y más aun de la clase obrera
de países desarrollados, y más concretamente
de la clase obrera alemana.
Nosotros no compartimos ni
lo uno ni lo otro.

La clase obrera alemana fue un
componente esencial en la formación
de la clase obrera internacional,
y el más determinante en la
construcción de la II Internacional.
El potente, aunque tardío, desarrollo
capitalista hizo de Alemania un lugar
en el que las contradicciones
de la lucha de clases iban a tomar
formas extremas. La burguesía alemana
formó y desarrolló su potente
maquinaria industrial cuando el
mundo ya estaba repartido y sólo
podía expandir sus enormes fuerzas
productivas a costa de otras
potencias. Por dos veces, en 1914
y 1939, intentó la conquista de nuevos
mercados enfrentando las viejas
potencias coloniales, pero ambas
en guerras mundiales fue derrotada.
Sin embargo, al calor de
ese enorme desarrollo industrial se
iba a formar el proletariado más concentrado
y numeroso de Europa y
con él iban a crecer corrientes revolucionarias.

No es casual que Alemania fuera
el escenario en el que sucumbieron
la II y la III Internacionales. La II
en agosto de 1914 cuando los diputados
del SPD (con la excepción
del ala izquierda) votaban los créditos
de guerra, aprobando la guerra
imperialista y traicionando sin retorno
los principios del
internacionalismo de clase. La III
Internacional en marzo del 33,
cuando el Partido Comunista Alemán
(con el apoyo de Stalin) permitió
sin combate la llegada al poder
de Hitler y precipitó la catástrofe de la clase obrera. Y no es casual
que el debate en toda la izquierda,
y entre los partidos y corrientes
que se reclaman de la IV Internacional
tiene y tuvo, inevitablemente,
como puntos de su agenda la
caída del muro de Berlín, el hundimiento
del estalinismo, y el proceso
de restauración en la exURSS y
demás estados del este. Sólo desde
la comprensión de lo ocurrido es
posible seguir desarrollando una
política revolucionaria coherente,
pues la IV Internacional tiene su
papel en la historia si sabe dar respuesta
a los procesos de degeneración
burocrática que empañaron
el nombre del socialismo y que acabaron
hundiéndose por el impulso
de las masas.

La clase obrera alemana integra
hoy la experiencia de la lucha no
sólo contra la Alemania de los monopolios
sino también contra el poder
burocrático que dominó la parte
oriental. Nadie puede afirmar por
donde empezarán los choques decisivos
entre las clases en Europa,
pero lo que sí es seguro es que el
papel de la clase obrera más desarrollada
y numerosa de Europa va a
jugar un rol determinante en el desarrollo
de esa confrontación.

A modo de conclusión:
revolución y socialismo sí,
estalinismo nunca más

El pueblo de la exRDA impuso con
su levantamiento la reunificación alemana.
Este fue un avance democrático
imprescindible, saliendo del
estado-prisión en que vivían confinados.
Sin embargo, las posibilidades
de que esa reunificación se hiciera
hacia el socialismo o en un
marco no capitalista se habían ahogado
en el 53 en las calles de Berlín
bajo los tanques de Stalin. Por
eso la burguesía alemana, con el
democristiano H. Kohl, pudo ponerse
al frente de ese proceso de
reunificación.

La gran contraofensiva imperialista
que acompañó los años 80 se
basaba en explicar que no hay alternativa
al capitalismo y que lo ocurrido
en esa década y la siguiente
en la exURSS y los países del este
europeo confirman que el proyecto
revolucionario creó un monstruo del
que el propio pueblo necesitó décadas
para librarse. Esta lectura es
común de la burguesía, la socialdemocracia
y buena parte de los
propios dirigentes estalinistas
reconvertidos hoy en socialdemócratas,
cuando no directamente en
derecha pura y dura. Las direcciones
sindicales mayoritarias, controladas
en su gran mayoría por la socialdemocracia
comparten que no
hay alternativa al capitalismo.

En el S. XX, en un tercio de la
Humanidad (URSS, China, Este
europeo, Cuba,…) hubo procesos
revolucionarios que acabaron con
el capitalismo como sistema
imperante en esos países. Estos
sistemas sucumbieron y, a finales
de siglo, el capitalismo recuperaba
el control del planeta. Pero hay que
preguntarse, ¿fueron las revoluciones
como una enfermedad contagiosa
sin más? No, los procesos
revolucionarios no los crea nadie,
sino que responden a profundas
necesidades de las masas trabajadoras
que expresan que el sistema
capitalista está llegando a su fin y
en lugar de permitir una mejora de
las condiciones de vida se vuelve
en su contrario. Otra cosa es que
ese movimiento objetivo, que desemboca
en la revolución, sin programa
y sin organización pueda ser
estéril, o que, con un programa y
una organización no revolucionaria
(burocrática como en China o
contrarrevolucionaria como en Irán)
conduzca a un callejón sin salida que
exija nuevos procesos revolucionarios
para continuar.

La pregunta clave es: ¿siguen
existiendo o profundizándose las razones
que empujaron a millones en
el siglo pasado contra el poder y el
sistema capitalista? La respuesta es
sí, se siguen agravando. El capitalismo
es cada vez más incapaz de
garantizar los más elementales medios
de subsistencia para la Humanidad,
haciendo volver enfermedades
ya desterradas y hambrunas,
con enormes zonas del planeta donde
el hambre y la miseria no dejan
de crecer. Así pues, el motor objetivo
de la respuesta de las masas sigue
estando. Es más, como ya dice
el Programa de Transición, las condiciones
no sólo están maduras sino
que empiezan a descomponerse.
Marx escribía así acerca del carácter
de las revoluciones obreras:

«La revolución social del s. XIX no
puede sacar su poesía del pasado,
sino solamente del porvenir. No puede
comenzar su tarea antes de despojarse
de toda veneración supersticiosa
del pasado. Las anteriores revoluciones
necesitaban remontarse
a los recuerdos de la historia universal
para aturdirse acerca de su propio
contenido. Las revoluciones del
s. XIX debe dejar que los muertos
entierren a sus muertos, para cobrar
conciencia de su propio contenido.
Allí la frase desbordaba el contenido;
aquí, el contenido desborda
la frase.» (…)

«Las revoluciones burguesas,
como la del siglo XVIII, avanzan
arrolladoramente de éxito en éxito,
sus efectos dramáticos se atropellan,
los hombres y las cosas parecen
iluminados por fuegos de artificio,
el éxtasis es el espíritu de cada
día; pero estas revoluciones son de
corta vida, llegan en seguida a su
apogeo y una larga depresión se
apodera de la sociedad, antes de
haber aprendido a asimilar serenamente
los resultados de su periodo
impetuoso y agresivo. En cambio,
las revoluciones proletarias, como las
del siglo XIX, se critican constantemente
a sí mismas, se interrumpen continuamente en su propia marcha,
vuelven sobre lo que parecía
terminado, para recomenzarlo de
nuevo, se burlan concienzuda y
cruelmente de las indecisiones, de
los lados flojos y de la mezquindad
de sus primeros intentos, parece
que sólo derriban a su adversario
para que éste saque de la tierra
nuevas fuerzas y vuelva a levantarse
más gigantesco frente a ellas,
retroceden constantemente aterradas
ante la vaga enormidad de sus
propios fines, hasta que se crea una
situación que no permite volverse
atrás y las circunstancias mismas
gritan: «Hic Rhodus, hic salta! ¡Aquí
está Rodas, salta aquí! (K. Marx «El
dieciocho Brumario de Luis
Bonaparte»)

Así pues, es imprescindible analizar
las contradicciones de las revoluciones
del s. XX, entender las degeneraciones
burocráticas. Lo que
ha fracaso en la exURSS y el este
europeo no ha sido el socialismo
sino el régimen de poder de la burocracia
estalinista. Para algunos,
esta burocracia que había expulsado
del poder cualquier forma de democracia
obrera era un proyecto
con algunas equivocaciones, pero
el único camino posible; para otros
es el resultado ineluctable de todo
proceso revolucionario. Para nosotros,
la burocracia se levanta como
una casta que parasita el estado
que ha expropiado a la burguesía.
Trotsky lo definió en un principio
como un centrismo burocrático, lo
primero quería definir una corriente
que se desplazaba entre la revolución
y el capitalismo haciendo zigzags,
que sólo tenían por función
asentarse en el poder y destruir a
derecha e izquierda toda oposición.

Pero esa política zigzagueante de
los años veinte dejó paso a la consolidación
de un proyecto político
extraño a la clase obrera, que la
expropiaba de todo poder político.
Es a partir de esa realidad que la
caracterización de Trotsky cambia,
y define a la burocracia como un
agente de la reacción, como un
instrumento del imperialismo contra
el estado obrero. Esa nueva caracterización
hace que necesariamente
la tendencia de esa burocracia
sea –a más o menos largo
plazo- destruir el estado obrero y
proceder a la restauración del capitalismo.
Y eso es lo que ha sucedido exactamente,
la burocracia ha sido el
agente de la restauración contra la
propiedad estatal de los medios de
producción. De forma completada
lo vemos en China, el resto de proyectos
quedaron a medio camino
pues el movimiento de masas destruyó
el aparato estalinista y el poder
de un estado imprescindible
para imponer con mano de hierro
la restauración y hundir las condiciones
laborales y de vida de los trabajadores
y trabajadoras.

Así pues, la burocracia era el instrumento
de la restauración y no la
protectora de la revolución. La burocracia
enterró la revolución en la
URSS, y desde esa posición de
fuerza determinó el control de procesos
revolucionarios que fueron
burocratizados. El estado de los
soviets que se había construido en
el proceso revolucionario se había
convertido en un sistema de opresión
sistemático y de persecución
de cualquier crítica política, un estado
que tenía por objetivo preservar
el poder de la burocracia. No
se trata de una cuestión de buenos
y malos sino de preservar las
condiciones materiales y políticas
que distinguían a la casta burocrática,
como actúan los dirigentes políticos
o sindicales para preservar su
puesto de poder con maniobras de
todo tipo, pero tratándose de un
poder inmensamente superior, el del
estado.

Con un programa por el socialismo,
que incorpora un combate
permanente contra la
burocratización de las organizaciones
obreras, precisamos reconstruir
una nueva organización internacional
porque la tendencia destructora
del capitalismo llevará de nuevo a
las masas a «una situación que no
permite volverse atrás y las circunstancias
mismas gritan». Para entonces:
socialismo sí, estalinismo
nunca más
.

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